lunes, 3 de agosto de 2015

La Jornada: Infancia y Sociedad


Infancia y Sociedad


Defender la alegría

Andrea Bárcena


Pese a que tenemos  motivos de sobra para estar tristes, será mejor acudir al llamado que
hace Mario Benedetti en su famoso poema. Vamos a defender la alegría como una trinchera. A defenderla de los castigos de Dios y de los premios del capitalismo; del rufián caballero y del oportunista.
Porque aunque sea cierto que, como escribió Víctor Hugo, la melancolía es la felicidad de estar triste, y verdadero es que tristeza y melancolía son estados propicios para la  inspiración y la creatividad, particularmente en el caso de los artistas y los genios, son, sin embargo, sentimientos desfavorables en sentido  social, colectivo y político para hacer frente a situaciones tan graves y dolorosas como las que hoy vivimos los mexicanos.

Necesitamos de la alegría, no como puerta de escape, sino plataforma de conciencia para protegernos de las verdades históricas por decreto y de las mentiras canallas, que son frecuentemente dos  caras de la misma moneda. La necesitamos contra el olvido, para cuidar y cultivar las 43 semillas sagradas que nos ha dado Ayotzinapa y que hoy  están echando raíces en todo México y todo el mundo; están floreciendo  como espadas de luz y de amor contra las monstruosidades que el  capitalismo y sus poderes cometen por todas partes.

Para el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995), la  tristeza no nos vuelve inteligentes. En ella estamos perdidos. Por eso,  los poderes tienen necesidad de que los sujetos sean tristes. La tristeza ni mejora la inteligencia ni fortalece la voluntad.

Tal vez por el estorbo que es la tristeza para la acción política, en 1993, cuando el Chile pospinochetista todavía tenía las almas de luto,  el poeta chileno Raúl Zurita, con el apoyo de pintores que donaron sus  obras para financiarlo, hizo que, con una excavadora, fuera grabado en  el desierto de Atacama un mensaje que con 3 kilómetros de largo y 400 de ancho se pudiera leer desde muy alto: Ni pena ni miedo.

Vamos a defender la alegría del cínico entusiasmo de los listos, de sus casas blancas y sus líneas doradas, de sus infames negocios y su corazón envenenado. Defender la alegría de los males endémicos y de los académicos/defenderla del caos y de las pesadillas.

Porque ella es el signo vital más hermoso de los niños, emblema de los  enamorados y escudo de los revolucionarios. Hay que defenderla de la miseria y de los miserables/de los ingenuos y de los canallas. Que sea la alegría el territorio de luz en el México que los traidores se afanan en llenar de sombras.